"Paraíso: Amor" y el Cine Europeo fuera de lo estándar
El
día 16 de enero de 2014 se proyecta en Filmoteca de Córdoba la
primera película de la trilogía de Ulrich Seidl “Paraíso”,
“Amor”. La elección de esta película por mi parte está
motivada por la mezcla de emociones que me produjo. Y es que, cuando
uno decide ver un filme, realmente, por muchas críticas y fichas que
lea, nunca sabe, con total seguridad, a lo que se expone. En mi
caso, al ver esta película experimente al principio una cierta
identificación con la protagonista, riéndome de situaciones que
incluso me resultaban entrañables. Pero al transcurrir de la
película, el espectador pasa de sentir cariño a sentir pena por la
protagonista, que sólo busca amor y acaba de bruces contra la cruel
realidad y, ya cerca del final de la cinta uno comienza a sentirse
francamente asqueado. Y ¿porqué pasa esto? En mi opinión, Seidl
consigue que nos olvidemos de que Teresa, a la que vemos como una
entrañable madre de familia en busca de un poco de amor, es, en
realidad, una explotadora sexual que, al igual que sus amigas, viaja
a Kenia sólo para buscar jóvenes con los que mantener relaciones. Y
supongo que en esto reside, en parte, la magia de esta película, en
que nos expone un tema de una crudeza extrema, como es la
prostitución, de una manera dulce, incluso divertida, pero
dejándonos bien claro en su final qué es lo que estamos tratando.
Por
parte de la Filmoteca de Córdoba, esta película quedaría dentro de
los límites a la hora de elegir una película. Estos límites tienen
en cuenta factores como la distribución de las películas. La
Filmoteca oferta entre su programación películas que no responden a
los círculos de distribución comercial, por lo que son películas
que no suelen llegar a los cines y que de otra manera no podríamos
ver en la gran pantalla. Pero la filmoteca no sólo se centra en
proyectar películas fuera de los márgenes comerciales, su oferta va
mucho más allá con proyecciones de versiones originales
subtituladas de películas que sí que están dentro de los
circuitos comerciales así como retrospectivas, cortos o cine local.
Esta trilogía austríaca encaja, por lo tanto en esa parcela de cine
europeo contemporáneo que se encuentra fuera de los circuitos
comerciales y por el que la filmoteca apuesta fuertemente.
Tradicionalmente,
cuando hablamos de cine europeo hacemos referencia al llamado cine de
autor, a diferencia del cine norteamericano al que se califica de
cine de género, aunque lo cierto es que en Europa siempre ha
existido el cine de género (fantástico, terror, comedia,
policiaco, peplum, spaghetti-western,
histórico…) y en Estados Unidos la industria también ha tolerado
el cine de autor (en muchos casos, realizado por emigrantes europeos
de todas las épocas).
Últimamente
se ha producido un retroceso en la aceptación y comprensión del
cine de autor. Se ha menospreciado. La mayoría de los ciudadanos
viven en la sociedad del ocio y la opulencia (al menos en gran parte
de países de la Unión Europea) y no quieren saber nada de películas
que les hagan cuestionarse sus vidas y el entorno donde éstas se
desarrollan. Ya lo explicaba el historiador Román Gubern en 1987
sobre el cine de autor en Europa: “Hay
quienes lo consideran una forma decadente de individualismo
narcisista”.
Pero luego añade: “El
‘cine de autor’ sigue siendo una referencia obligada para
delimitar la frontera entre el cine entendido como trivial
entretenimiento de evasión y el cine entendido como forma de cultura
y de creación estética, entre el cine como macroespectáculo y el
cine como escritura.”
Muchos espectadores tachan de aburrido el cine europeo porque
generalmente emplean como vara de medir las estructuras dramáticas
del cine norteamericano. La comparación es tan odiosa, antigua y
repetitiva como inevitable. La finalidad del cine de autor europeo no
es el divertimento sino el pensamiento. Existe precisamente como
reacción al norteamericano o, si lo prefieren algunos, como su
complemento. Son el anverso y el reverso de una misma moneda. Durante
algunos años se consideró a los cineastas-autores europeos como
intelectuales que hacían cine, mientras que los cineastas
norteamericanos eran artesanos que elaboraban películas para la
industria y estaban más preocupados por su público. Hoy sabemos que
en muchos casos esto no es así. Hay una frase del personaje del
viejo profesor interpretado por Burt Lancester en Confidencias,
de Visconti, que resume muy bien el individualismo de los
intelectuales europeos frente a la masa, al público, al que en
ocasiones ignoran (cuando no lo desprecian), pero del que,
paradójicamente, viven: “Los
cuervos vuelan en bandadas; el águila vuela sola.”
Y
eso sin entrar en lo que los une y los separa, fluido de ideas
artísticas que navega de uno al otro lado del Atlántico desde su
invención en 1895. Desde la creación del Hollywood clásico a cargo
de los cineastas europeos en los años veinte y treinta —Curtiz,
Lubitch, Lang, Wilder, Hitchcock y un etcétera interminable—,
pasando por la impronta de los Nuevos
Cines
europeos de finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta, el
cine norteamericano se ha nutrido de Europa y Europa lo ha hecho de
América. Y eso siempre es saludable. Los dos cines han sido
decisivos, imprescindibles diría, para la evolución del arte
cinematográfico. Podemos decir que la principal diferencia estriba
en que el cine clásico norteamericano era un cine de respuestas,
mientras que el cine europeo era, es, un cine de preguntas.
¿Se
puede definir el cine europeo en una sola frase, un solo párrafo? La
idea de cine europeo es tan intangible e inacabada como la propia
idea de Europa. Si la cultura europea es el resultado de las
nacionalidades que la integran, su cine está formado por las
cinematografías nacionales del Viejo Continente —más definidas y
delimitadas quizá desde los tiempos del mudo hasta finales de los
años setenta—, que desde los años ochenta (y en especial desde la
caída del Muro de Berlín, en 1989) se han visto disminuidas y sus
perfiles desdibujados, y cuya diversidad y pluralismo tiende a la
uniformidad de las producciones cinematográficas de la actual Unión
Europea. Desde los tiempos de Carlomagno (768-814), pasando por los
de Otón el Grande (936-973) hasta llegar a Carlos V (1500-1558), la
idea de la unidad europea y de una definición de lo europeo, ya
partiese de Aquisgrán o Gante, de París o Viena, ha estado siempre
presente en la cultura y la intelectualidad europeas. Una definición
que se caracteriza, precisamente, por su indefinición. Lo europeo
nunca es, está
siendo.
Más que un ser es un devenir. En él confluyen desde el medievo
aportaciones latinas, celtas, germánicas y eslavas, ideas que se
fusionan en la Europa de las naciones dando lugar a sus respectivas
identidades desde la Edad Moderna, y confluyen en la cultura y el
derecho de la actual Unión Europea. Como indica el escritor y
filólogo Juan Manuel González cuando habla de Europa (y esto es
extensible al cine europeo o, mejor aún, a “los
cines europeos”):
“Así,
pues, y a pesar de la indefinición de sus contornos más tangibles
—indefinición propia de la riqueza y complejidad de lo europeo—
la idea más comprensible de Europa es en definitiva aquella que se
asienta a la vez en una plural identidad cultural y en una aceptación
libre de los pilares del ser occidental, unos pilares que no son
otros que los reelaborados con malletes modernos en la Ilustración y
que sustenta la Declaración de los Derechos del Hombre, y la nunca
superada tríada constructora que forman tres de las más hermosas
palabras de nuestro común vocabulario europeo: Libertad, Igualdad y
Fraternidad. Cualquier otra interpretación del núcleo de la idea de
Europa es inútil, frágil, esperpéntica y —muy posiblemente—
tan torpe y llena de misticismos como en el fondo interesada”1.
Paraíso:
Amor
El
cómo y el porqué:
En
esta primera parte de la Trilogía
Paraíso,
Seidl nos expone la historia de Teresa.
En
las playas de Kenia llaman “sugar mamas” a las europeas que, a
cambio de un poco de amor, aseguran la subsistencia a jóvenes
africanos. Teresa, una austríaca de cincuenta años y madre de una
hija adolescente, decide irse de vacaciones a ese paraíso del
exotismo. Busca amor, pero pasa de un “beach boy” a otro, de
desilusión en desilusión, y acaba por rendirse ante la evidencia:
en las playas de Kenia, el amor es un producto comercial.
Esta
película aborda con una buena dosis de humor el tema del turismo
sexual, de las mujeres entradas en años y de los hombres jóvenes,
del valor comercial de la sexualidad, del poder unido al color de la
piel, de África y Europa, y de cómo se pasa de explotado a
explotador.
La
Trilogía
Paraíso
pondrá en pantalla tres tipos de amor distinto, tres maneras
distintas de “romperse el corazón” en una época cada vez más
deshumanizada. En el caso de Teresa, según el propio Seidl Teresa
busca amor o sexo, y su viaje es una decisión consciente después de
años de decepción amorosa1,
lo que supone una gran diferencia con respecto a la relación y
desengaño que vivirán tanto su hija como su propia hermana.
Esta
película abre con una secuencia bastante interesante y que podríamos
relacionar con la fotografía de Diane Arbus o, incluso, con el cine
de Tod Browning. La secuencia en cuestión nos muestra a un grupo de
discapacitados mentales en una atracción de feria, cosa que se
podría poner en relación con las fotografías de Arbus, en las que
también se muestran a personas con discapacidades en situaciones de
ocio, en situaciones totalmente cotidianas. Si seguimos en esa línea,
también podríamos hablar de la película Freaks
del cineasta norteamericano Browning, en la que, las personas sin
ningún tipo de malformaciones son las consideradas “extrañas”
por el grupo de fenómenos de circo que ofrecen su espectáculo, tal
y como vemos en esta secuencia, personas “diferentes” dentro de
una atracción, aunque el concepto cambia ya que en Browning son
ellos la atracción mientras que aquí, simplemente están
disfrutando de la atracción.
A
medida que avanza la película nos encontramos con el particular
estilo de rodar de Seidl en el que vemos unos cánones que se acercan
a un estilo rafaelesco, componiendo toda una serie de fotografía
ultrapictóricas muy basadas en el tema de la coloración, así como
los juegos de sombras y luces que, más que una realidad absoluta,
parecen el reflejo de lo que en realidad vemos.
Otro
tema que podríamos destacar de esta película son los entornos
sórdidos que producen una belleza mórbida realzada mediante tonos
cálidos, rosados, que realzan los cuerpos hasta darles un
tratamiento de una plasticidad enorme. Este tipo de enfoque
cinematográfico se debe, una vez más, a la particular visión del
director, que explica que su “forma
de rodar, es decir, de concebir imágenes y su contenido narrativo,
se basa por una parte en lo que encuentro in situ y, por otra parte,
en las circunstancias del rodaje. El ambiente de la historia que va a
contarse tiene un papel de suma importancia. En Kenia, por ejemplo,
un país tremendamente ruidoso, el mar, las palmeras y la playa
confieren a la película un barniz de exotismo y libertad. Había
pensado rodar en otros países donde también van sugar mamas, como
la República Dominicana y ciertos lugares del Caribe. Me decanté
por África porque me interesaba la tensión social, las heridas
procedentes de la época colonial. África me embrujó por la
diversidad y las contradicciones, el horror y la belleza, la miseria
y la riqueza procedente del turismo, siendo este último una forma
moderna de colonialismo. Me parece un continente de una infinita
inspiración visual.”
Siguiendo
con este tema, la visión que se nos ofrece de África, con sus
entornos naturales y, como ya se ha dicho, sórdidos y que podríamos
vincular (por el tema de la sordidez y la naturaleza) con ciertos
títulos de cine coreano como “Old
Boy”,
con sus sucios escenarios observamos curiosos cuadros en los que los
interiores quedan vinculados a exteriores mediante puerta y ventanas
abiertas o semi abiertas. De esta manera también podríamos hablar
de un vínculo entre la figura de Teresa y los entornos naturales,
más limpios y con tonos más pasteles y los “beach boys”,
vinculados a esos interiores sórdidos. Y es que durante toda la
película se hace una diferenciación entre las culturas africana y
europea que podemos ver por ejemplo en el la coloración que acompaña
a los personajes. Mientras las mujeres europeas van acompañadas de
colores pastel, los africanos irán siempre asociados a colores más
fríos o, directamente, a sombras. Este hecho también hará
referencia a la asociación realizada al poder con el color de la
piel, viéndose unas diferencias genéticas en las complexiones muy
evidentes. Las europeas acabaran usando a los africanos como meros
juguetes, pero no sólo en lo que a sexo se refiere, sino también
como meros artilugios de ocio, como veremos en la escena del grupo de
música, dejando muy claro el valor comercial de estas personas, tema
que se viene tratando durante todo el filme.
Las
diferencias étnicas las apreciaremos también gracias a la banda
sonora, que, a pesar de estar reducida al mero acto diegético en su
gran mayoría, sirve para seguir realzando las diferencias étnicas
existentes en escenas como la del baile de Teresa con el primer
“beach boy” o la ya mencionada escena del grupo de música
africana. Así, ellos quedarán asociados al ruido y al baile
mientras que las europeas quedan reducidas al silencio de sus
habitaciones. Aunque la música no será el único elemento auditivo
importante.
Durante
toda la película llamará la atención el uso del inglés como
“idioma puente”. Este uso se entiende como otro de los signos del
choque de culturas que el director tanto empeño pone en mostrarnos y
que en cierto modo nos puede recordar también al cine de Vautier, en
el que vemos las imágenes precisas de la colonización de esta misma
región.
Para
cerrar, esta película nos plantea una verdad un tanto incómoda: las
mujeres europeas con las que podríamos llegar a identificarnos, con
las que sufrimos en cierto modo por su mala suerte amorosa, las que,
de una manera u otra han sido “explotadas” en el amor, acaban
siendo las explotadoras. Estas mujeres acaban usando a jóvenes
deseosos de ganar algunos billetes como sus propios juguetes,
denigrándolos y robándoles cualquier tipo de dignidad, cosa que
probablemente ellas ya hayan experimentado, o hayan creído hacerlo,
durante múltiples años de fracasos amorosos.
Ulrich
Seidl, por lo tanto, crea una amalgama dulce a la par que realista y
sórdida sobre un tema delicado como es la prostitución pero que,
gracias aun estilo personal y bien conjugado no nos resultará cruda
ni excesivamente gráfica. Paraíso:
Amor
será capaz de causar una mirada crítica en el espectador pero sin
perder ese halo romántico y bello que la caracterizará desde el
primer momento, evitando incluso que las escenas más crueles nos
sobrecojan por completo. Esta película es pues una de las mejores
apuestas del panorama actual europeo en lo que a circuito no
comercial se refiere, a la altura de títulos como Weekend.
1
Entrevista de Claus Philipp con Ulrich Seidl, Agosto de 2013,
Pressbook de la película facilitado por la productora Golem S.A.
1
El cine europeo: las grandes películas, de Diego Moldes, Madrid,
Ediciones JC, 2008, 544 pp.
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